En las calles el miedo agarra.
Nuestra alma, elegante y sin orejas,
es una extraña de ojos abiertos,
rojos, verdes, ámbar.
Evaporizado del hervor en las ollas,
intrépido y misterioso,
entró en nuestra sangre,
en el aliento de los comensales.
El estofado de pangolín y murciélago,
quema la garganta y calienta el discernimiento.
En aislamiento, escucho el grito del que huye,
perseguido por las garras de una plaga.