
El señor y la señora Portal no tenían ninguna necesidad de planear el día. Idealizaron opciones para cuando llegara este momento, cada cual con su propia visión de lo que haría con su tiempo, los dos sabían que el estar todo el día juntos, iba a ser difícil. Por entonces, lo que los unía no era el pasado, ni el futuro, lo que los unía era el hoy día, el pago del alquiler, las cuentas y la educación de los hijos.
Ahora, habían jubilado y llevar la convivencia fue un sismo que los separó para siempre.
Ni el señor ni la señora se bajaron de la máquina, continuaron preocupados de realizar sus sueños de juventud, viajar , conocer gente, ser libre de hacer lo que les diera la gana y hasta de enamorarse de nuevo… quisieron volver a los veinte con cuarenta y cinco años de más de vida, todo esto fue un esfuerzo sobrenatural.
Hicieron caso omiso a la llamada de su cuerpo, el cuerpo se sentía, lento, sentimental, curioso, se sentía pesado y quería adherirse al suelo, echar raíces, detenerse por fin a escuchar, a ver, quería ser parte del ecosistema de donde había surgido, millones de años atrás. El cuerpo sabía que mundo creado había embelesado su juventud, en pago por el progreso.
¡Ahora es nuestro tiempo!- les gritó el cuerpo, al mundo no le acomodamos.
Pero, el señor y la señora Portal no se bajaron de la maquina, ellos creyeron en la recompensación prometida a cambio de su juventud entregada al avaro progreso.
En busca de la juventud perdida gastaron esfuerzo y dinero, el mundo les extrajo hasta el último centavo: viajes, rejuvenecimiento y salud.
Murieron, antes de ayer, como objetos desechables ,sin haber escuchado el lenguaje de los pájaros, el rumor de un río y sin ver la niñez de un árbol
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